“Práctica de Yoga” (Yuga-gyo) (1a Parte)

Tarjeta shikishi, 32x24cm

No es tan raro, al preguntarle a cualquiera que sepa poco, escuchar que el yoga es algo así como una “gimnasia relajante”. No es tan raro tampoco que en ese momento salte indignado un yogui desde detrás de un arbusto, vindicando que el yoga no es solo mera y burda gimnasia. Al menos no burda, o al menos meramente física, sino una disciplina mucho más amplia y profunda. Además, por supuesto, de milenaria y trascendental. Y quizás no le falte razón. Pero tampoco le falte razón a la primera persona.  

En la antigüedad griega la gimnasia tenía un valor reconocido y comparable al de la música, la poesía, la filosofía o la geometría (véase Filostrato, o la entrada de Wikipedia del mismo). No había nada indigno en cultivar el cuerpo: su bienestar y belleza.

La palabra gimnasia está relacionada etimológicamente con el verbo γυμνάζω, “entrenar desnudo”, y así era como se realizaban el entrenamiento en el entonces: desnudos.

Lo curioso es el parecido con el nombre que los griegos daban a los sabios desnudos de la India: gimnosofistas. Así se referían a los sabios desnudos de la India y de otros pueblos con los que tomaron contacto los griegos. Se les llamaba gimnosofistas. Estos no solamente referían a los śramaṇas de la India, tales que los digambaras (literalmente “vestidos de cielo”) jainistas, sino que se encontraban también entre los persas, los etíopes y los celtas.

Tengo entendido que hoy en día algunos centros de yoga occidentales practican yoga desnudos. Yo no tengo ninguna experiencia con esto, la verdad, pero si he tenido algo de contacto, debido al lugar en el que vivo, con el nudismo. Aquí en Almería algunas de las mejores playas son frecuentadas por nudistas – o naturistas – y no es raro ver a gente completamente desnudos en ellas.

Quizás hay algo en la desnudez del cuerpo que invita a la desnudez del espíritu. Quizás, tanto ahora como en sus orígenes en el gimnasio y entre los gimnosofistas, la falta de ropa tenía que ver más con la comodidad que con la adecuación a algún principio metafísico que conectara la mente con el cuerpo.

Pero en la filosofía del Yogacara, Yugagyo en japonés, sí que hay un elemento de buscar la mente desnuda. Esto es lo que se llama paravritti (también llamada citta o amalavijñana). Detrás de todas las experiencias que almacenamos en nuestra memoria, todas las identidades con las que cargamos, todas las facultades con las que procesamos esa información, se halla esta mente prístina, pura conciencia sin forma desde la que podemos mirar al resto de fenómenos y darnos un respiro de identificarnos con ellos.

Esta mente, a identificada con la esencia búdica, o el Buddha dentro de todos nosotros, es el objeto de estudio de la psicología y fenomenología Yogacara.

La conexión que establecemos hoy en día entre el cuerpo y el yoga es extremadamente reciente. Los ejercicios yóguicos internos no llaman quizás tanto la atención como el propósito de transformación al que estaban orientados, y hoy en día se pone un énfasis especial en los logros de fuerza y contorsión. Pero el corazón de la enseñanza sigue vivo en la mayoría del yoga físico. El bienestar derivado de un yoga bien conducido es el primer paso hacia la exploración espiritual. Además, y sobre todo, mente y cuerpo no solo están entrelazadas sino que en sentido estricto son lo mismo.

El Yogacara se incorporó a la tradición Zen, en la cual el cuerpo juega un papel esencial. Bodhidharma, el introductor del Zen (Dhyana en sánscrito o Ch’an-na en chino), es también considerado introductor de artes físicas de fortalecimiento, elasticidad y defensa personal. A día de hoy el componente físico es muy importante en prácticas como el zazen y el gran maestro japonés Hakuin y sus discípulos han hecho un enorme hincapié en el aspecto energético de la meditación sentada.

En esta línea es en la que se asienta la escuela de Zenways (Zendo Kyodan). Dentro de muy poco saldrá precisamente un manual exhaustivo de la práctica del Yoga Zen, de mano de Julian Daizan Skinner y Mark Westmoquette.

La caligrafía que tenemos más arriba, perfilada por Shinzan Roshi, está grabada en el cartel a la entrada de Yugagyo Dojo, en Londres, lugar de práctica en el que me inicié con mi maestro en 2011. Los movimientos que se traslucen tras las pinceladas son de una hermosa elegancia natural. Se siente el cuerpo entero implicado en los movimientos, se siente la mente diáfana coordinándolos. Es un trabajo exquisito de fusión con la página. Al entrar en nuestra retina, tenemos la oportunidad de recrear en nosotros el momento de creación de esta obra. Nos volvemos uno con el espíritu desnudo que la trajo al papel.

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