“Vacuidad” (Ku)

Al poco que hayas leído algo del Zen o del budismo tibetano, no es de extrañar que te hayas encontrado con este término, traducido como vacío, vacuidad o vaciedad. En sánscrito sunyata, en pali suññata y en japonés ku.

La palabra sánscrita, «śūnyatā» está compuesta de dos partes. Por un lado el adjetivo śūnya, que significa vacío y vacuidad, así como cero y nada, y que deriva de la raíz śvi; por otro el sufijo –, que la convierte en un sustantivo. En todo caso, Bhikkhu Analayo señala que el Buddha la utiliza mucho más como adjetivo que como sustantivo, lo cual hace al vacío menos “real” y más un instrumento del discurso.

Cuando esta palabra y su concepto llegan a China y debe acomodarse a una escritura pictográfica (y que además no distingue mucho entre verbos y sustantivos), se utiliza el carácter para cielo, 空, que en japonés se lee ku y que proviene de una versión más antigua del mismo caligrama, representando a un tigre sobre una montaña. En la vastedad de la cima, la figura de un tigre rugiendo nos conecta con la salvaje libertad del vacío.

Nagarjuna, el principal exponente del budismo Mahayana, considera la vacuidad la naturaleza fundamental de las cosas. Nos cuenta que esta fue enseñada por los Buddhas como un antídoto a todos las drstis, es decir, a los puntos de vistas o dogmas que defienden la existencia real e intrínseca de las cosas.

Daizan Roshi, mi maestro, la utiliza siempre como sinónimo de cambio o capacidad para el cambio. Por un lado, no muy diferente de lo que Heráclito dijo en su momento acerca de la persona que no se baña dos veces en el mismo río, simplemente porque el río y la persona ya no son el mismo ni la misma.

El cambio lo permea todo. Todo lo que existe en el pasado no existió y en el futuro no existirá. Por otro lado, nada desaparece en la nada. Todo se convierte en algo. Y esto, lejos de ser inútil verborrea filosófica, tiene repercusiones importantísimas con la forma en la que vemos la vida.

¿En qué momento el niño se convierte en hombre? ¿En qué momento el malestar viene a ser cabreo? ¿Dónde acaba cómo estoy y empieza cómo soy? Todas estas son cuestiones ineludibles en nuestra práctica vital y espiritual.

Podríamos adelantar (espero que sin perjuicio de que los lectores examinen estas cuestiones y no se conformen con el spoiler que hago ahora) que encontrar en el cambio, o en la posibilidad de cambio, la felicidad es el verdadero nirvana.

Lo que enseña el Zen es a integrar esta enseñanza de manera continua y activa en la vida. Durante la meditación, o en la práctica de koanes, examinamos con profundidad las dimensiones del cambio.

Shinzan Roshi perfila este caligrama con trazos firmes y seguros, transmitiendo confianza en el cambio. En la simplicidad y condensación del pictograma pareciera respirarse sosegada calma y candidez. El grosor del trazado es intenso y, paradójicamente, colmado de vacío. Los trazos redondos y serenos flotan en aura atemporal, mientras que los flecos del pincel insinuados en los bordes nos recuerdan lo físico de tan abstracto concepto.

Este es la continuación de una serie de comentarios a las caligrafías de Shinzan Roshi, cuyo libro he traducido e intento publicar, con las que me propongo explicar conceptos fundamentales del Zen. Puedes leer los textos completos en www.mokusei.es/blog (ver link en bio) y ver versiones más libres de los mismos en mi vlog 

🎬
https://www.youtube.com/channel/UCx9l_VJFU1CpwYJSdtljmrw

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Abrir Whatsapp
1
¡Hola! No dudes en escribirme si tienes preguntas.